Había una vez, en un pequeño y colorido pueblo enclavado en las montañas de los Andes peruanos, un grupo de estudiantes de tercer grado que se encontraban emocionados por descubrir los secretos de la escritura. El sol brillaba intensamente, iluminando las casas de adobe y los campos de cultivo que rodeaban su escuela. Un día, su maestra, la querida señorita Ana, les propuso un desafío que haría volar su imaginación: escribir un cuento donde cada párrafo contara una parte de una historia sobre un valiente cóndor que había perdido su hogar en las montañas. Todos los niños, con los ojos llenos de curiosidad, comprendieron rápidamente que para que su cuento tuviera sentido, necesitaban aprender a estructurar párrafos coherentes. Así, juntos, comenzaron su emocionante aventura literaria.
La señorita Ana, con su energía contagiosa, les explicó que un párrafo coherente se parecía a una buena receta de su abuela para preparar ceviche: necesitaban los mejores ingredientes. "Primero necesitamos una idea principal," dijo, "que es como el pescado fresco del ceviche, lo más importante que debemos resaltar. ¿Qué es lo que queremos contar sobre nuestro gran cóndor?" Los niños pensaron un momento, y en unísono respondieron: querían narrar su majestuoso vuelo hacia el sol, donde las nubes parecían almohadas de algodón. Con esta idea clara como el cielo despejado, comenzaron a construir su primer párrafo, cada uno dispuesto a volar alto con su creatividad.
Pero, como buen ceviche, un párrafo no puede estar solo con el pescado; necesitaba los otros ingredientes que lo hicieran brillar. La maestra les recordó que los detalles vívidos y emocionantes eran como el limón y la sal, esenciales para darle sabor. Martín, uno de los niños, sugirió que podían describir el viento que acariciaba las alas del cóndor y cómo el sol dorado iluminaba cada pluma, dándole un brillo especial. La clase, ahora llena de ideas, se dirigió a los siguientes pasos para enriquecer su historia. La maestra les enseñó sobre los conectores, esas palabras mágicas como "primero", "después" y "por último", que unían las ideas y permitían que la historia fluyera como la música suave de una zampoña sonando en las alturas de sus montañas.
Con cada escritura, sentían que se acercaban más a su sueño de ser escritores. Las páginas de sus cuadernos se llenaban de palabras, aventuras y emociones. Algunos hablaban de cómo el cóndor enfrentaba tormentas mientras buscaba su hogar, otros de cómo la esperanza lo guiaba a través del cielo. Con cada párrafo que escribían, la historia del cóndor cobraba vida, y todos comprendieron que estaban construyendo algo mucho más que un cuento: estaban creando un puente entre sus ideas y el mundo de quienes leerían su relato. Al final de la clase, todos se sintieron como verdaderos artistas, alzando el vuelo en sus pensamientos, listos para contar la historia del cóndor que voló alto y libre, admirando la belleza de los Andes desde las alturas.
