Había una vez, en una pequeña aldea cerca de Cusco, un niño llamado Juanito, cuya curiosidad no conocía límites. Desde que era pequeño, se sentaba en la falda de su abuela, una mujer de ojos brillantes y manos arrugadas por el tiempo. Cada noche, mientras el frío de los Andes se hacía sentir, escuchaba embelesado las historias que su abuela le contaba, relatos llenos de magia y enseñanzas que habían pasado de generación en generación. Historias de cóndores que surcaban los cielos, de héroes que defendían su tierra, y de tradiciones que unían a su comunidad. Sin embargo, lo que más intrigaba a Juanito era entender el propósito detrás de cada relato, cómo cada palabra de su abuela era una semilla que florecía en su mente y corazón.
Un día, mientras exploraba las llanuras verdes que abrazaban su hogar, Juanito tropezó con un viejo libro de cuentos. Cubierto de polvo, el libro parecía contar su propia historia de abandono. Con manos temblorosas, Juanito lo abrió y pronto se vio sumergido en un mundo de personajes vibrantes: el sabio anciano que conocía todos los secretos de la tierra, la valiente mujer que se atrevía a desafiarlos, y el travieso niño que siempre encontraba formas ingeniosas de resolver sus problemas. Estos cuentos de su abuelo no solo eran fascinantes; también estaban impregnados de una fuerte intención comunicativa. Cada historia, pensó Juanito, era un pequeño mundo donde las enseñanzas de la vida se compartían con amor.
Decidido a desentrañar el significado oculto detrás de cada relato, Juanito corrió de regreso a casa. Con la mirada radiante de emoción, le propuso a su abuela que le leyera un cuento cada noche, buscando juntos el propósito de cada narración. La primera noche, se acomodaron bajo la manta tejida a mano, y su abuela comenzó a leer la historia de un pequeño cóndor que viajaba por todo el Perú. A medida que el cóndor volaba, Juanito conocía diversas culturas, desde las danzas alegres de los quechuas hasta los ecos de la música afroperuana que resonaban en la costa. A través de los ojos del cóndor, Juanito fue entendiendo cómo los autores entretejieron personajes y escenarios para transmitir no solo un mensaje, sino también una parte de la identidad de cada región.
Con cada cuento que leyeron, Juanito sentía que su corazón palpitaba con fuerza. Cada personaje cobraba vida, y cada aventura relataba algo profundo sobre la comunidad y sus valores. Reflexionaron sobre cómo el respeto hacia la naturaleza aparecía en las historias de los pueblos indígenas, o cómo la amistad y la solidaridad resonaban en las leyendas de los héroes. Así, noche tras noche, Juanito se convirtió en un pequeño explorador de la rica diversidad cultural de su país, reconociendo que cada narración era también un espejo que reflejaba las historias de su propia vida. Al final de la semana, con cada cuento que compartió con su abuela, Juanito no solo había aprendido sobre la diversidad y las tradiciones peruanas, sino que también había descubierto su pasión por contar historias. Con el corazón rebosante de orgullo por sus raíces y la determinación de compartir esas joyas culturales, Juanito se prometió un día convertirse en un gran narrador, llevando las enseñanzas de su abuelita y la esencia del Perú a todos los rincones del mundo.