En un pequeño pueblo del Perú, llamado Valle de Tres Ríos, vivía un grupo diverso de niños y niñas con un corazón lleno de energía y sueños. En la plaza, donde las risas resonaban entre las casas de adobe y las palmeras que se mecían suavemente con el viento, la maestra Sofía reunió a sus alumnos para hablar sobre un tema crucial para su comunidad: la prevención de desastres. 'Imaginen que un río crecido arrastra a la comunidad y les deja sin casa ni comida', comenzó, con una expresión seria en su rostro. Los ojos de los niños se agrandaron como platos, llenos de curiosidad y un poco de miedo, pero Sofía les prometió que si aprendían y trabajaban juntos, podrían prevenirlo. 'La educación es nuestra mejor herramienta', añadió, y así se encendió la chispa del conocimiento.
Primero, se adentraron en el tema de los riesgos naturales. Con mapas coloridos y dibujos de su entorno, los estudiantes descubrieron que su querido valle estaba rodeado de majestuosas montañas y ríos caudalosos. '¿Qué pasaría si hubiera una lluvia intensa y el río se desborda?' preguntó Sofía, mientras señalaba un mapa con su dedo. Los niños, a quienes les encantaba contar historias, comenzaron a compartir relatos de lo que había ocurrido en el pasado. Recordaron el año en que hubo un deslizamiento de tierra que bloqueó el camino hacia la escuela, impidiendo la llegada de los docentes. Al escuchar esas historias, identificaron que la falta de árboles y la construcción imprudente también contribuían al peligro. Era como si las montañas mismas les estuvieran advirtiendo que el momento de actuar era ahora. La comprensión de sus vulnerabilidades se convirtió en un poderoso motivador para proteger su hogar.
Con la inquietud palpitante en el aire, la maestra los guió hacia la acción. '¿Cómo podemos prepararnos para un desastre?', preguntó, mientras sus ojos brillaban con emoción. Los niños, con su creatividad desbordante, empezaron a pensar en medidas de prevención. Así, acordaron que lo primero sería hacer un mapa de su comunidad que incluyera rutas de evacuación, puntos de encuentro seguros y lugares donde pudieran refugiarse si hubiera una emergencia. '¡Vamos a organizar un simulacro!', exclamó Joaquín, levantando la mano con fervor. Con lápices de colores y cartulinas, se pusieron a trabajar, creando un plan de emergencia que incluía números de contacto y un listado de lugares seguros. Mientras dibujaban, la idea de la colaboración comenzó a tomar forma: no solo ellos, sino que cada miembro del pueblo debía conocer este plan, porque la seguridad era responsabilidad de todos.
En su camino hacia el fortalecimiento de su comunidad, los niños decidieron que no podían hacerlo solos. Así, comenzaron a planificar charlas, talleres y hasta una feria comunitaria donde pudieran compartir sus conocimientos sobre prevención de desastres. 'Todos debemos saber qué hacer', repetían con convicción, mientras pensaban en cómo involucrar a sus familias y vecinos. La comunidad se unió, y los adultos comenzaron a escuchar con atención. Se organizaron sesiones de capacitación donde se enseñaron técnicas de primeros auxilios y cómo manejar un extintor. El pueblo se fue transformando, pasando de la apatía al empoderamiento. Todos, desde los más pequeños hasta los abuelos, estaban listos para actuar. Mientras el sol se ponía sobre las montañas y pintaba el cielo con tonos de naranja y rosa, los niños supieron que juntos, podían enfrentar cualquier desastre que se acercara a su querido hogar. Y así nacía un nuevo sentido de comunidad en Valle de Tres Ríos, donde el miedo se convertía en acción, y la unión en fortaleza.
