Era un día soleado en el barrio de San José, un pequeño lugar donde las risas de los niños y los sonidos de las calles vibraban entre las paredes de color pastel. En la plaza central, un grupo de adolescentes se reunía, como lo hacían cada tarde, para compartir sus experiencias y disfrutar de su tiempo libre. Mariana, una chica de 14 años con una melena rizada y ojos brillantes, se encontraba en la esquina, un poco más seria de lo habitual. Esa mañana, al dejar la casa, había sentido la presión de las tareas escolares, los compromisos de la danza y las expectativas de ser siempre la mejor amiga y estudiante. Hacia su lado, sus amigos Javier y Luisa, quienes siempre la habían apoyado, notaron su ansiedad y se acercaron preocupados.
Mariana, entre suspiros, confesó: "Me siento abrumada. La escuela, las actividades extracurriculares y lo que todos esperan de mí... a veces, siento que no voy a poder con todo". Sus palabras resonaban con la sinceridad que solo los adolescentes pueden tener entre ellos. En ese momento, Javier, conocido por su madurez a pesar de su corta edad, decidió compartir una historia que había aprendido en una clase reciente sobre la importancia del autocuidado y cómo puede cambiar nuestras vidas. "Escuchen esto", comenzó, su tono era cálido y cautivador. "Una vez, un joven llamado Diego, con anhelos que brillaban más que su propia sombra, se dejaba llevar por la vorágine del día a día, sin prestar atención a su salud y felicidad. Se quejaba constantemente de no tener tiempo para descansar, para divertirse, y eso lo llevó a un camino oscuro y cansado. ¿Se imaginan cómo se sintió cuando su energía empezó a desvanecerse y su cuerpo le dio señales de alarma?".
Mariana, intrigada, levantó la vista y preguntó: "¿Qué pasó con Diego?" Luisa, animada por la historia, se unió: "Sí, porque eso puede pasarnos a cualquiera de nosotros!" Javier, con una sonrisa esperanzadora, continuó: "Diego, un día, decidió que necesitaba cambiar. Empezó a cuidarse, a alimentarse mejor, a dedicar tiempo para relajarse y disfrutar de sus pasiones. Aprendió que el autocuidado es un acto de amor hacia uno mismo y que no hay nada de malo en priorizar su bienestar. Lo más importante fue que descubrió el poder de decir que no cuando todo se volvía abrumador".
A medida que la historia de Diego avanzaba, Mariana comenzó a reflexionar sobre su propia vida. Se dio cuenta que, al igual que Diego, había dejado de lado sus pasatiempos, esos momentos en los que se sumergía en la lectura de novelas de aventuras, y había pasado muy poco tiempo con su familia. En cambio, se encontraba atrapada en el torbellino de la rutina, postergando su felicidad por cumplir con expectativas ajenas. Javier hizo una pausa, mirando a sus amigos: "¿Sabes cuáles son las distintas formas de autocuidado?" Luisa, con entusiasmo, exclamó: "¡Sí! Dormir bien, alimentarse saludablemente, hacer deporte y hasta practicar la meditación! Cada uno de nosotros puede encontrar su forma única de cuidarse, y lo mejor es que no tiene que ser un viaje solitario. ¿Y si lo intentamos juntos?".
Mariana iluminó su rostro; una chispa de inspiración brilló en sus ojos, comprendiendo que el autocuidado no solo era esencial para sobrevivir, sino para prosperar en esta etapa crucial de su vida. La idea de crear un club de autocuidado en la plaza resonó con ellos como una melodía nueva. Juntos, comenzaron a planear cómo podrían apoyarse mutuamente, compartiendo recetas saludables, organizando caminatas, y dedicando tiempo para actividades que los llenaran de alegría, desde sesiones de yoga hasta sesiones de meditación guiada bajo el árbol grande que siempre estaba en la plaza. Así, aprendieron que cuidarse a sí mismos era también una manera de cuidar de sus amistades. Mariana, Javier y Luisa decidieron que el autocuidado no era solo un deber personal, sino una aventura compartida, donde cada uno contribuiría a ayudar al otro a ser la mejor versión de sí mismos.